11.1.10

Susi y el viudo

Susi cayó sobre el pasto mojado y se quedó unos segundos quieta. Controló la respiración, se asomó apenas por encima del paredón y sintió unos golpes en la puerta de la pieza que acababa de abandonar.

Llegó a la 604 de la mano de don Isidoro, el viudo del barrio, un viejo que no perdía su facha pero que ya se ayudaba con un bastón para subir los cuatro escalones sobre los que se sostenía su casa. Pidieron dos whiskys dos coca colas y Susi abrió las ventanas que miraban el Paraná. Las luces de los barcos simulaban un festejo privado entre ellos y el río. Susi se sacó la ropa y apoyó las tetas sobre el ventanal. Tetas como ojos desconfiando de las islas.

Don Isidoro la tomó por la cintura y se apoyó contra ella, después la hizo retroceder hasta la cama. Allí cayeron y Susi se sentó sin sacrificar el paisaje el complot. Empezó a cabalgar al viejo cayendo ferozmente sobre sus huevos, gritamdo y pidiendo más, desaforada, una bestia. El viejo le pegaba en el culo, no tenía más que eso.

Cuando Susi quedó satisfecha se retorció hecia el pene del viudo pero sintió inmediatamente el frío de las manos estiradas sobre las sábanas. Se vistió, recogió todo lo que habían llevado, le lavó pija y huevos y escapó por la ventana. El agua llenó el lavamanos, corrió por el piso del baño, inundó la alfombra de la 604 y por fin llegó al estacionamiento. El dueño del telo rezó un mecagoendios y corrió a tocar la puerta sabiendo que no le iban a abrir.


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