1.
Cuando llegué a Chile conocí a un tipo que me pasó una casa que estaba cuidando y que pertenecía a unos gitanos, andaban por México. A los tres dias se fue sin decir a ndaie hacia donde. En la casa del frente vivían un viejo y la novia de Ivan. El viejo tenía una librería modesta, gran parte era poesía chilena. Esos tres meses leí gran parte de esos libros, hubo uno que me quedó marcado como una señal, más allá de que no recuerde más que la sensación al leerlo, era Aurora de Nietzche.
2.
Hoy desperté antes que el resto de mi familia. Mi hijo dormía en nuestra cama, junto a la madre. Me acomodé sobre un codo y vi el amanecer de nosotros tres, y sentí que era la mejor forma de despertar.
3.
Hay un mito bien fuerte en la extraña estirpe de los escritores: se funciona mejor de noche. Hay que vivir el día absorbiendo, palpitando la vida, para llegar a la noche totalmente exhausto y con un saco de historias trasvasijables a un papel totalmente blanco. De lo único que escribe uno es del cansancio, de algún tipo de tedio, del ocaso de un síntoma o de un sentimiento, de la horizontalidad próxima, porque uno fue una esponja no un realizador. Freno un poco: estoy yendo al extremo, qué pasa con el tipo que tuvo un buen día y que se pone a escribir? Lo dejo ahí, el vórtice de este punto 3 es que por qué está tan sobrevalorado el escritor nocturno siendo la mañana otra alternativa?
4.
Nosotros, los aeronautas del espíritu. Todos esos pájaros intrépidos que vuelan rumbo a lo lejano, a lo más lejano, ¡en alguna parte, ciertamente, los abandonarán sus fuerzas y se posarán en lo alto de un mástil o en una estéril roca, y aún estarán muy agradecidos por tan pobre alojamiento! Pero ¡quién va a inferir de esto que delante de ellos ya no hay inmensos ámbitos libres que han volado tan lejos como es posible volar! Todos nuestros grandes maestros y precursores se han detenido al fin en algún punto, y no es precisamente la postura más noble y elegante la de la fatiga que se detiene; nos pasará igual también a mí y a ti. Mas ¡qué nos importa¡ ¡Otros pájaros volarán más lejos! Esta compresión y creencia nuestra vuela, rivaliza con ellos hacia lo lejos y lo alto; se eleva verticalmente sobre nuestra cabeza y su impotencia y desde las alturas otea las lejanías vislumbrando las bandadas de otros pájaros mucho más poderosos que nosotros que enfilarán hacia donde nosotros hemos enfilado y donde todo es todavía mar, mar ¡nada mas que mar!...
... dice el autor de la muerte de dios casi al final de Aurora, cuando ya parecía no haber amanecer sino una noche profunda y perenne.
5.
¿Quiénes cruzan los mares de noche?
6.
Me preparé un café, encontré unas galletas de chocolate y maní y me senté en la cama con el control remoto. Vi una película altamente hollywoodense llamada Akeelah and the bee. Una niña del guetto negro de California logra ganar el torneo nacional de ortografía. Saben contar historias, sé de antemano que la protagonista va a flaquear, que las circunstancias van a estar en contra, pero igual llega el final y quiero el irreal final feliz. Una vieja socióloga argentina de la que no recuerdo el nombre (¿Alcira Argumedo?) decía que la gran virtud del capitalismo había sido socializar los sueños, no así los medios de producción. ¿O fue Frai Beto? Ni bien corrieron los créditos me metí a la ducha y arranqué un buen día. Bajo el agua se me ocurrió escuchar este tema:
Cuando llegué a Chile conocí a un tipo que me pasó una casa que estaba cuidando y que pertenecía a unos gitanos, andaban por México. A los tres dias se fue sin decir a ndaie hacia donde. En la casa del frente vivían un viejo y la novia de Ivan. El viejo tenía una librería modesta, gran parte era poesía chilena. Esos tres meses leí gran parte de esos libros, hubo uno que me quedó marcado como una señal, más allá de que no recuerde más que la sensación al leerlo, era Aurora de Nietzche.
2.
Hoy desperté antes que el resto de mi familia. Mi hijo dormía en nuestra cama, junto a la madre. Me acomodé sobre un codo y vi el amanecer de nosotros tres, y sentí que era la mejor forma de despertar.
3.
Hay un mito bien fuerte en la extraña estirpe de los escritores: se funciona mejor de noche. Hay que vivir el día absorbiendo, palpitando la vida, para llegar a la noche totalmente exhausto y con un saco de historias trasvasijables a un papel totalmente blanco. De lo único que escribe uno es del cansancio, de algún tipo de tedio, del ocaso de un síntoma o de un sentimiento, de la horizontalidad próxima, porque uno fue una esponja no un realizador. Freno un poco: estoy yendo al extremo, qué pasa con el tipo que tuvo un buen día y que se pone a escribir? Lo dejo ahí, el vórtice de este punto 3 es que por qué está tan sobrevalorado el escritor nocturno siendo la mañana otra alternativa?
4.
Nosotros, los aeronautas del espíritu. Todos esos pájaros intrépidos que vuelan rumbo a lo lejano, a lo más lejano, ¡en alguna parte, ciertamente, los abandonarán sus fuerzas y se posarán en lo alto de un mástil o en una estéril roca, y aún estarán muy agradecidos por tan pobre alojamiento! Pero ¡quién va a inferir de esto que delante de ellos ya no hay inmensos ámbitos libres que han volado tan lejos como es posible volar! Todos nuestros grandes maestros y precursores se han detenido al fin en algún punto, y no es precisamente la postura más noble y elegante la de la fatiga que se detiene; nos pasará igual también a mí y a ti. Mas ¡qué nos importa¡ ¡Otros pájaros volarán más lejos! Esta compresión y creencia nuestra vuela, rivaliza con ellos hacia lo lejos y lo alto; se eleva verticalmente sobre nuestra cabeza y su impotencia y desde las alturas otea las lejanías vislumbrando las bandadas de otros pájaros mucho más poderosos que nosotros que enfilarán hacia donde nosotros hemos enfilado y donde todo es todavía mar, mar ¡nada mas que mar!...
... dice el autor de la muerte de dios casi al final de Aurora, cuando ya parecía no haber amanecer sino una noche profunda y perenne.
5.
¿Quiénes cruzan los mares de noche?
6.
Me preparé un café, encontré unas galletas de chocolate y maní y me senté en la cama con el control remoto. Vi una película altamente hollywoodense llamada Akeelah and the bee. Una niña del guetto negro de California logra ganar el torneo nacional de ortografía. Saben contar historias, sé de antemano que la protagonista va a flaquear, que las circunstancias van a estar en contra, pero igual llega el final y quiero el irreal final feliz. Una vieja socióloga argentina de la que no recuerdo el nombre (¿Alcira Argumedo?) decía que la gran virtud del capitalismo había sido socializar los sueños, no así los medios de producción. ¿O fue Frai Beto? Ni bien corrieron los créditos me metí a la ducha y arranqué un buen día. Bajo el agua se me ocurrió escuchar este tema:
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