Llego tarde a la mudanza de Pepe. Veo al grupo desde lejos, un camión repleto bajo un farol en una calle antigua y putanera; dos tipos sobre la carga, dos más pasando la amarra una y otra vez sobre el bulto, Pepe da las directivas. Se ríen de mi impuntualidad. Les cuento que estoy lesionado, que me agarré un dedo con la puerta de un auto, que no hubiera servido de mucho llegar antes. De todas maneras se ríen y yo también, hay buen clima, es viernes a la noche y sobre una cajonera hay latas de cerveza llenas y vacías.
Dos suben al camión, cuatro nos ubicamos en el auto de Vivi, ella nos mira desde la ventana (quinto piso) del departamento desvalijado. Abrimos latas y fumamos.
Llegamos, el nuevo departamento de Pepe está sobre una botillería (en Santiago hay almacenes que venden exclusivamente alcohol), enfrente de un centro de recitales y de un pub cubano. Está “en” la fiesta. Salimos al balcón, es como estar en una disco. Es su último año de no padre y ha planeado pasarlo bien. Subimos todas las cosas, el depa queda inhabitable. Vivi llega con la gata y la suelta entre muebles y cajas, pero Bruja se espanta y busca la puerta que está apenas abierta. La desgracia sucede. Bruja corre, era previsible, es más, habíamos estado hablando sobre la conveniencia de untarle con aceite las patas, una costumbre poco agradable. Pepe y Vivi la persiguen, se ha subido a un techo vecino al condominio. Subimos a muros, hacemos sonar llaves, emitimos ruidos que creemos invocadores infalibles de felinos, pero nada, Bruja está siempre distante. Creemos verla varias veces, las sombras y el sueño nos engañan. Se hacen las 2 de la mañana y el rescate pinta para largo. Los ayudantes nos vamos y dejamos a la pareja con la tragedia. Puta forma de cambiar de casa.
Subo a un taxi tarareando este tema
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